Kacsmaryk cita a Gays vs. Groomers en la decisión de llamar a un espectáculo de drag queens no apto para jóvenes

Anuncios

El juez de distrito de EE. UU. Matthew Kacsmaryk, quien rápidamente se convirtió en uno de los designados más conocidos de Donald Trump, citó a un grupo anti-LGBT en un nuevo fallo que concluye que los espectáculos de drag queens están demasiado «sexualizados» para los niños y ciertamente no merecen la protección de la Primera Enmienda.

Este fallo ha generado fuerte controversia tanto en los círculos jurídicos como en las comunidades defensoras de los derechos civiles. Kacsmaryk, nombrado por Trump y conocido por su historial profundamente conservador, ha sido repetidamente cuestionado por su interpretación estricta y sesgada de los derechos constitucionales, en especial cuando involucran a grupos marginados. En este caso, su decisión alimenta una narrativa ya ampliamente utilizada por sectores de derecha que buscan vincular el arte drag con peligros infundados para los menores, ignorando su dimensión cultural, performativa y simbólica.

Kacsmaryk estuvo bajo escrutinio nacional cuando en abril decidió revocar la aprobación de la FDA del fármaco abortivo mifepristona, que tiene más de 20 años. Esa decisión fue limitada por el Tribunal de Apelaciones del Quinto Circuito, y ahora está en camino a la Corte Suprema.

Esa decisión anterior ya había sido interpretada como un ataque directo al derecho reproductivo y como un intento judicial de imponer una visión moralista sobre la salud pública. El patrón comienza a consolidarse: Kacsmaryk parece utilizar su posición no solo para emitir fallos legales, sino para trazar líneas ideológicas en temas altamente polarizados. Su papel como juez se ve constantemente entrelazado con un activismo judicial conservador que marca distancia respecto a interpretaciones más progresistas de la Constitución.

En una decisión del jueves, centrada en el presidente de la Universidad West Texas A&M que prohíbe un espectáculo de drag queens apto para toda la familia en el campus, Kacsmaryk citó al grupo Gays Against Groomers, que la Liga Antidifamación ha etiquetado como grupo extremista anti-LGBTQ conocido. Realmente funciona para combatir la “sexualización y el adoctrinamiento de los niños”, un ataque homofóbico de larga data que se utiliza para sembrar la desconfianza en las personas del grupo LGBTQ+ y fomentar leyes y litigios en la misma línea.

El uso de citas provenientes de este tipo de grupos extremistas es visto por muchos como una señal de alarma. Gays Against Groomers ha sido duramente criticado por activistas, periodistas y expertos en derechos humanos por difundir teorías conspirativas y desinformación que alimentan el odio hacia la comunidad LGBTQ+. Que un juez federal utilice sus argumentos como base para una sentencia genera serias dudas sobre la imparcialidad y la legitimidad del proceso judicial.

“No está claro cómo los espectáculos de drag transmiten de manera inequívoca la defensa de los derechos LGBT+”, escribió Kacsmaryk, citando de la página web personal del grupo: “La gran mayoría de las personas LGBT+… se oponen directamente a la sexualización y el adoctrinamiento de los niños”. Se trata de horas de cuentos de drag queens (y) espectáculos de drag queens que involucran a niños.

Estas palabras reflejan una interpretación altamente subjetiva y parcial de lo que significa el arte drag. Los espectáculos de drag no nacieron como una herramienta educativa para menores, pero su inclusión en eventos familiares —especialmente en contextos como bibliotecas o centros culturales— ha buscado promover la diversidad, la empatía y el cuestionamiento saludable de los roles de género. Kacsmaryk ignora este contexto y reproduce un discurso que refuerza estigmas y demoniza prácticas artísticas legítimas.

Kacsmaryk aceptó la mayoría de las mociones del presidente de la universidad, Walter Wendler, para desestimar, y rechazó una solicitud de medidas cautelares de un grupo de defensa de los estudiantes LGBTQ+ en el campus.

Con ello, el juez bloqueó los intentos del grupo estudiantil por ejercer su derecho a la libre expresión y a la organización dentro de una institución pública. La denegación de medidas cautelares implica que, al menos por ahora, el espectáculo no podrá realizarse, dejando un precedente que podría replicarse en otras universidades con climas políticos similares. La decisión impacta no solo a quienes promueven el evento, sino también a toda una generación de estudiantes que buscan mayor representación y visibilidad en sus espacios educativos.

Wendler, en una carta en la que cancelaba un espectáculo de drag queens planificado, comparó la actuación con la música de “cara pintada de negro”.

“Como presidente de la universidad, no puedo apoyar las actuaciones de ‘cara pintada de negro’ en nuestro campus, incluso cuando me dicen que la actuación es una forma de libre expresión o que está destinada al humor”, escribió Wendler. “Es incorrecto. No apoyo ningún espectáculo, actuación o expresión creativa que denigre a otros, en este caso a las mujeres, por ningún motivo”.

Esa comparación ha sido duramente criticada. Equiparar el arte drag —que históricamente ha servido como forma de protesta, resistencia e inclusión— con prácticas racistas del pasado revela un profundo desconocimiento sobre las raíces culturales del drag. Además, implica que la identidad de género es una burla, cuando en realidad los espectáculos drag exploran, cuestionan y celebran la fluidez del género y la performance, sin el objetivo de denigrar.

Kacsmaryk lleva la acusación más allá, intercalando la grabación con insinuaciones sobre que los espectáculos de drag queens son sexualmente agresivos y totalmente inapropiados para los niños (el grupo comercializó el espectáculo como PG-13, para gran desconcierto fingido de Kacsmaryk, quien escribió que era una norma “no especificada” de los demandantes aceptada pero “supuestamente” basada en las calificaciones de la película).

El hecho de que el evento estuviera catalogado como PG-13 refuerza que los organizadores tomaron precauciones adecuadas para adaptar el contenido a una audiencia general. Sin embargo, Kacsmaryk parece minimizar esa consideración y centra su fallo en un discurso moralizante más que en una evaluación jurídica objetiva. Esta postura no solo afecta a los demandantes, sino que plantea una amenaza más amplia a la libertad de expresión artística en espacios públicos.

“Los casos más recientes han mantenido las viejas reglas sobre protestas, carteles, tiempo, lugar y método, además de un importante límite externo sobre la ‘conducta expresiva’, especialmente la ‘conducta expresiva’ sexual: ‘Cuando los niños participan, el cálculo cambia’”, escribió Kakmasaryk. “Aquí, los demandantes consideran explícitamente e incluso promueven la participación de los niños”.

Esta declaración, aunque basada en jurisprudencia previa, se presenta en un contexto cargado de prejuicios. Lo que el juez omite es que la participación de niños en actividades culturales con presencia drag no ha mostrado evidencia de daño. Las actuaciones familiares están cuidadosamente adaptadas y muchas veces supervisadas. El argumento de “proteger a los niños” se ha convertido en una herramienta común para promover restricciones sin fundamentos empíricos, y en este caso, refuerza temores infundados.

La sentencia de Kacsmaryk, como suele ser el caso, lo deja fuera de pista con una parte de los fallos de la Corte Suprema que defienden propuestas similares que se han producido a raíz del resurgimiento de la obsesión de los políticos de derecha con el desempeño policial y la atención que afirma el género.

A diferencia de lo que dictó Kacsmaryk, muchos tribunales han reconocido que los espectáculos drag, incluso cuando incomodan a ciertos sectores, están protegidos por la Primera Enmienda. Se trata de expresión artística y política, a menudo crítica del sistema, del poder y de las normas rígidas de género. Al ignorar esto, el juez se distancia no solo de la evolución social, sino también de tendencias recientes en la jurisprudencia nacional.

En la mayoría de estos fallos, los jueces concluyeron que la prohibición del drag habría violado la Primera Enmienda.

Y esa sigue siendo la preocupación principal: que este tipo de decisiones judiciales sienten un precedente que erosione lentamente los derechos civiles. En lugar de proteger la diversidad de pensamiento y expresión, se promueven restricciones que benefician a una agenda ideológica conservadora, con consecuencias tangibles para comunidades vulnerables.