Nivel extra sobre Trump y la cobertura del aborto

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Como se señaló anteriormente, existen métodos claros, evidentes y accesibles para distinguir entre los planteamientos de Donald Trump y la postura sobre el derecho al aborto. Las diferencias entre ambos enfoques no solo están en los matices legales, sino en el caudal político que cada uno puede movilizar dentro del electorado. Sin embargo, algo que no funciona —y que muchos han venido asumiendo erróneamente— es pensar que Trump enfrentará una insurgencia seria de los sectores pro‑vida en las primarias del Partido Republicano.

Ron DeSantis, por ejemplo, parece creer que hay una base conservadora que dejará de respaldar a Trump por “vender” el movimiento pro‑vida, un mensaje que lanzó con fuerza en sus críticas hacia el expresidente. Pero esa base no existe. De hecho, está en proceso de disolución. El movimiento pro‑vida, que obtuvo un impulso extraordinario con la anulación de Roe vs. Wade, no ha sabido capitalizar esa victoria y ha entrado en una fase de colapso irreversible. En realidad, todos los involucrados en la política de base republicana lo saben.

Sabes que un movimiento ha dejado de ser decisivo cuando Mike Pence, exvicepresidente, sugiere que los republicanos deben nominar a un extremista evangélico que crea en la Biblia para ganar apoyo pro‑vida, mientras anuncia una postura de “cierre nacional de aborto a las 15 semanas”. En su lógica, busca inculcar un tono más radical que el de Trump. Y en ese momento queda en evidencia que el movimiento pro‑vida como fuerza político‑electoral ha sido abandonado de facto.

Cuando digo que el movimiento pro‑vida se acabó, me refiero a que ya se agotaron sus argumentos electorales. Los razonamientos utilizados para movilizar votos conservadores han quedado obsoletos cuando incluso una figura tan alineada ideológicamente como Pence debe adoptar una estrategia más extrema —y aún así no alcanza a entusiasmar— para demostrar su pro‑vidismo. El anuncio de Pence es el mejor ejemplo. Si él cree que puede portar la bandera pro‑vida tras proponer una prohibición a las 15 semanas, entonces no hay manera de que Trump, quien propone un tope de seis semanas, vaya a encontrar oposición significativa por eso.

Pero el agotamiento del movimiento pro‑vida tiene una causa aún más profunda: en la mayoría de los estados dominados por los republicanos ya existe una prohibición estricta del aborto —en muchos casos incluso total—, incluso cuando oficialmente establece una restricción a las seis semanas. Es una hipocresía legal que permite restringir gravemente el acceso incluso en situaciones de violación, incesto o peligro para la madre. En la práctica, las restricciones existentes en jurisdicciones rojas garantizan el desenlace que el movimiento pro‑vida buscaba por décadas. Y esto explica su estancamiento: lograron lo que querían y, ante la falta de una meta nueva, se encuentran desorientados y carentes de un discurso que concite adhesión y generación de votos.

Ahora bien, esta misma lógica se aplica a Donald Trump. Él ya ha reunido —durante su primer mandato— la nominación de tres jueces conservadores al Tribunal Supremo: Neil Gorsuch, Brett Kavanaugh y Amy Coney Barrett. Sus decisiones en conjunto desmantelaron Roe vs. Wade y solidificaron la posición legal que buscaban los pro‑vida. No podría haber un escenario más favorable para ese movimiento. Por lo tanto, no existe realmente una revuelta pro‑vida en las primarias: lo que existe es una campaña deliberada en la que el foco principal permanece en Trump mientras éste debate públicamente las diferentes formas en que se aplicarían dichas prohibiciones —seis semanas, tres meses, limitadas o absolutas—, pero sin asumir una pelea interna.

Más allá de los límites temporales propuestos, lo que interesa a Trump no es competir por el extremismo ideológico, sino posicionarse de cara a las elecciones generales. Como él mismo lo ha dicho en múltiples entrevistas y discursos, el verdadero desafío es consolidar su base, construir alianzas y asegurarse el respaldo de la mayoría de votantes de derecha moderada, incluyendo los que están a favor de alguna restricción pero no del “cierre nacional” del aborto después de seis semanas. En otras palabras, su estrategia es adaptar un mensaje pro‑vida lo suficiente para agradar a su núcleo duro, sin alienar a votantes con una postura demasiado rígida.

Y este es el escenario político al que apuntan los datos de encuestas recientes: la gran mayoría del país desea mantener el estatus actual —con restricciones que varían según el estado— o acepta posiciones incluso más restrictivas. Pero lo que estos datos también muestran es que no hay un consenso nacional para una prohibición total desde la concepción. Los ciudadanos aceptan límites, pero rechazan regímenes extremos de criminalización. Además, la defensa de libertades reproductivas, aunque polarizada, sigue siendo relevante en estados clave de voto fluctuante (como Georgia, Wisconsin, Arizona), donde una postura muy rígida podría costar votos.

Por todo esto, la estrategia de campaña de Trump es clara: mantener un mensaje pro‑vida lo suficientemente firme para retener a su base, pero flexible y matizado como para no bloquearse en estados decisivos para las elecciones generales. Si bien habla abiertamente de prohibición a seis semanas, cuando se le cuestiona, no duda en señalar excepciones —por salud física o mental de la madre, por ejemplo— y muestra predisposición para negociar.

Con dicho enfoque, ningún desafío pro‑vida en las primarias puede realmente desestabilizarlo. Nadie va a romper la unidad anti‑Trump en ese círculo, porque no hay espacio ideológico suficiente para una alternativa más pro‑vida sin que esta parezca extremista o desalineada del electorado moderado.

En este contexto surge una pregunta fundamental: si Trump gana la nominación, lo que realmente definirá el resultado electoral será el debate en la elección general, donde el aborto será un tema central, pero ya no decisivo para su nominación. En ese frente, las campañas de los demócratas lo atacarán por llevar posiciones extremas, pero eso solo reforzará su estilo populista y retrógrado: “la elite liberal se preocupa solamente por el aborto, yo estoy con la vida y las familias”.

El gran mensaje es que el movimiento pro‑vida como instrumento electivo ha sido consumido. Su energía se disipó al lograr su objetivo jurídico. Ahora, en las primarias, esa bandera no será un arma efectiva para derrotar a Trump. Y en las generales, será un elemento más del debate cultural, pero no determinante a su favor ni en su contra, porque el grueso del país ya está en un nivel de moderación o restricción parcial que Trump puede usar a su favor.

En síntesis, el movimiento pro‑vida se extinguió como factor decisivo en las primarias republicanas, no porque haya desaparecido ideológicamente, sino porque los objetivos alcanzados lo volvieron irrelevante para la competencia interna. Trump lo entiende, DeSantis lo sabe, Mike Pence lo confirma, y los votantes también. El campo está despejado, se acabó la insurgencia, y la campaña buscará capitalizar ese terreno llano para concentrarse en ganar la elección general y no en dirimir guerras internas por derechos reproductivos.